El Reflejo del Alma

Esta rutina es diferente para Alexandra; sigue siendo la misma de todos los días, pero esta vez se siente distinta. Sentada frente al espejo de su coqueta, comienza como de costumbre a colocar cada capa de maquillaje, pero esta vez no es sobre su limpia y lisa piel, no, esta vez es sobre cortes y moretones en su cara. Su mirada reflejada en su espejo es una mirada desorientada, su rostro no muestra una sola emoción, lo hace todo en automático; sus manos son controladas por alguien desemejante. Sus lentos movimientos parecen de una persona con poca vitalidad para continuar, como si no quisiera estar en la situación que se encuentra—pero comprende que esta es una causa de fuerza mayor, sintiéndose obligándola a proseguir. Alexandra sabe que la aguardan en la sala de estar y con cada minuto que pasa su mente se dispersa a otros universos donde nadie la molestase—donde su cara reflejada en su espejo sea la misma de antes; sonrisa radiante y verdadera. 

Dos leves golpecitos se escuchan trás la puerta principal de su habitación—regresando al mundo real y escuchando una voz diciéndole, “Cariño, ¿Estás lista? Nos aguardan para salir.”—”Ya casi estoy lista” contestó Alexandra a su esposo, “Dame diez minutos.”, continuó con una voz monótona, como si la pregunta la agobiara; Thomas sólo suspiró y regresó a la sala de estar. Alexandra se miró al espejo—se la ve tan distinguida, pero sin duda tan diferente, con su labial rojo escarlata y su collar de perlas; se levantó de su asiento y fue camino a su armario sacando su vestido negro. Una vez colocado, lentamente subió el cierre mirándose al largo espejo de su habitación—el vestido le queda perfecto para la ocasión, simple, sencillo, fúnebre; su abuela lo amaría. Volviendo la mirada a su cara, vio a una desconocida; su rostro no mostraba más que unos ojos vacíos y el maquillaje hacía lo que podía para cubrir sus heridas, con una exhalación salió de su habitación, caminó el largo corredor que daba a la escalinatas de la casa—pausó por un momento, respiró hondamente, cerró sus ojos—antes que las lágrimas corrieran por sus redondas mejillas, y con otra fuerte exhalación, bajó las escalinatas donde su familia la esperaba para dirigirse al funeral de sus padre y su hermano gemelo.

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