La Sonrisa de Glasgow

Día de lavandería, me toca bajar catorce pisos para llegar allá. Son las seis de la tarde, y apenas acabo de llegar del trabajo, mi pereza y cansancio quieren ganarle a mi cuerpo, pero si no lavo hoy; no lo haré en un buen tiempo y me quedaré sin ropa limpia. Como el elevador está dañado, toca bajar catorce pisos, más uno para llegar al sótano, donde residen las lavadoras y secadoras. Tengo cinco fundas de ropa sucia y porque me creo muy macho, trato de bajar con las cinco de una sola; no hay manera que vaya a subir, prácticamente, quince pisos para reemprender el mismo viaje. Al llegar al sótano, me sorprende ver a cuatro de los inquilinos del edificio ahí, normalmente al anochecer está vacío; cordialmente dije “Buenas Noches”, el cual fue recíproco. Hay veinte pisos en el edificio del cual solo conozco a un par de mis vecinos de corredor, los presentes eran desconocidos. El grupo consistía de un hombre y tres mujeres, contándome a mí, dos hombres.

Nuestro edificio consta de ocho secadoras y ocho lavadoras, de las cuales tres están averiadas; de repente recordé haber dejado olvidadas mis fichas en su usual cajón de cocina, “mierda” susurré, al parecer no tan bajo, ya que una de las señoras, que habrá estado entrando a sus sesenta y cinco años, me preguntó que ocurría---un poco avergonzado le dije que había olvidado mis fichas en mi cuarto en el piso catorce, ella solo dijo “Dios mío. Ten, yo te presto unas cuantas de mis fichas y luego me las puedes devolver; vivo en el segundo piso, habitación 237.”, perplejo le sonreí y le agradecí mucho. Unos estaban esperando a que su ropa termine de lavar para llevarla a secar, otros esperando que terminen de secar---de repente se empezó a escuchar un ruido inusual, era como si algo se golpeara una y otra vez contra una pared.

Todos un poco nerviosos pensamos que podían ser las tuberías; de todas maneras es una edificación antigua, pero cuando el sonido se tornó constante, la preocupación empezó a correr por nuestros cuerpos. No solo se escuchaban golpes, era un sonido similar a una lavadora, pero retumbando. Nos miramos unos a otros, como diciendo “¿Quién irá a investigar?, por desgracia, yo era el más joven del grupo y me ofrecí a ver que pasaba en la parte trasera de la lavandería; donde había una pequeña habitación donde se tenían utensilios y habían colocado las lavadoras dañadas. Hubiera deseado que hubiese sido un sorteo para ver quién entraría a esa lugar, porque lo que presencié era como salido de una película de terror. En una de las supuestas lavadoras defectuosas, que al parecer funcionaba a la perfección---se podía ver un cuerpo dando vueltas, el agua con jabón, toda roja debido a la sangre. No me podía mover ningún músculo ni hablar, peor aún gritar… uno de los señores, que también estaba con nosotros, decidió entrar ya que no me veía salir---petrificado de ver aquella escena, vociferó “¡Llamen a la policía!, ¡Llamen a emergencias!.” y pidió que ninguna de las señoras se acerque al cuartillo, me tomó del hombro---yo estaba totalmente inmovilizado, sentía la sangre fría, apenas podía escuchar al hombre que decía que salgamos de ese lugar. Al salir y ver mi expresión, las señoras comprendieron que algo nefasto estaba ocurriendo allá dentro.

La policía demoró un cuarto de hora en llegar, emergencias le seguía. El señor, cuyo nombre aprendí que era Antonio, habló con los oficiales y los auxiliares del hospital, al ver que yo no podía salir del estado de shock. Unas enfermeras me dieron un calmante, cuando súbitamente se escuchó un estruendo y luego agua corriendo... con toda valentía me levanté y me dirigí a la habitación, pero con una sola mirada sentí como se me revolvió el estómago, me di la vuelta, agarré la canasta más cercana y vomité. Una vez abierta la lavadora, el agua con sangre cubría todo el suelo y ahí en medio, el cuerpo del manager del edificio, ahogado y descuartizado por el brusco movimiento de la máquina. Los oficiales llamaron a los forenses y nos pidieron que volvamos a nuestras respectivas habitaciones, ninguno dudó en marcharse de ese escenario; no importó dejar nuestra ropa allá abajo, solo queríamos olvidar esa noche.

No he salido de mi habitación en cuatro días, llamé a mi trabajo diciendo que estaba con mucha fiebre y vómito; solo salí al piso dos para devolverle las fichas a la amable señora de nombre Abigail, ella preguntó cómo estaba y le respondí con la misma pregunta, ella solo encogió los hombros y me sonrió, le devolví la sonrisa y regresé a mi cuarto. No podía dejar de pensar en ese día, sobre todo sabiendo que el FBI estaba investigando este crimen, había agentes por todos lados, forenses y especialistas; podía verlos desde mi balcón.  Una mañana decidí bajar a la recepción, solo para espiar y poder, al menos, escuchar algo del caso. Al bajar, vi varios agentes, me escondí contra la pared de las escaleras---seguían buscando pistas, huellas, lo que sea que los lleve a un por qué y a encontrar al responsable. 

Los tres agentes salieron de la escena del crimen y comenzaron a analizar la situación; lo que oí nunca dejará de retumbar en mis oídos, nunca lo podré olvidar---el cuerpo de nuestro manager, César, tenía casi todos los huesos de su cuerpo rotos, y en su cara le habían ejecutado “La sonrisa de Glasgow”, pero lo que más me aterrorizó fue cuando una de las agentes dijo que durante la autopsia de la víctima, encontraron un pequeño tubo de metal atorado en su garganta, que contenía una nota dentro; solo pensar en aquella nota, hasta el día de hoy me causa escalofríos... 

La nota decía “Te encontré. Ahora sonríe, ya que en un abrir y cerrar de ojos; puedes estar muerto.”