Testigo del silencio
Tú no veías cómo se marchitaba,
o quizás sí,
pero, como yo, decidiste ignorarlo.
Fuiste testigo del lento naufragio de su alma,
del ocaso en sus pupilas,
del murmullo de su risa apagándose en el viento.
¿Por qué elegiste la inercia?
¿Temías enfrentarte a sus sombras?
¿O acaso temías que las suyas
despertaran las tuyas?
La viste ahogarse en su propio océano,
perderse en la bruma de su tristeza,
desvanecerse entre suspiros rotos,
y, aun así, no hiciste nada.
Tal vez nunca te importó,
tal vez solo fuiste un espectador indiferente
de su lenta despedida.
No te culpo por la ruina de su esencia,
pero sí por no tender la mano,
por no haber recogido los pedazos
cuando aún había esperanza.
Me culpo a mí,
a mis labios sellados,
a mi miedo a irrumpir en su dolor.
Me culpo por verla partir,
por dejarla ir sin luchar,
por haber sido esa alma quebrada
que una vez suplicó en silencio
pero nunca pidió ayuda.