El Minucioso

Lo tenía todo bien calculado; sabía su horario de trabajo, sabía que salía muy tarde por la noche, cuando las calles están totalmente desiertas. Esa particular noche, a las once y treinta y tres minutos, no se hallaba un alma deambulando por la zona, la rodeó varias veces, mirando por cada esquina, intercepción, ni un alma; sería una noche extraordinaria. La vió salir por la puerta trasera del lugar, iba con su usual uniforme de mesera, un jean negro y su camisa del local; botando la basura antes de dirigirse a su auto. De las sombras sumergió su alta figura, un hombre común y corriente, nada que pueda causar sentirse intimidado. Lentamente se le acercó y en tono de voz agradable le preguntó si habría algún problema que ella pudiese darle un aventón, que era muy tarde y su mujer lo estaba esperando. Ella miró alrededor y al realizar que no había nadie más que ellos dos, sintió pena por el individuo y con una sonrisa radiante, le dijo que encantada lo llevaría; con esa sonrisa, la cual lo ha tenido estado obsesionado por meses.

Una vez en el auto ella dió a andar; mientras iba manejando le hacía conversación al hombre y él, distraído por su plan, no prestó atención que ya llevaban más de quince minutos dando vueltas, y recordó que nunca le había dado una dirección—mejor aún, al parecer ella tampoco se había percatado de aquello, la conversación era amena y la compañía agradable; cuanto más lejos avancen, más oportunidades que esto salga de maravilla. La chica continuaba charlando y él comenzó a merodear con sus ojos, mirando su carro, que objetos poseía, que podría llevarse de souvenir; entonces fue cuando lo notó, el auto estaba completamente vacío, pulcro… ni un rasguño ni una mancha, en perfecto estado, el hombre le comentó esto y ella simplemente respondió que le gusta la pulcritud, “Obsesiva Compulsiva” se apodó, él percibió algo raro en su voz, ya no era tan alegre como antes. Volviendo a pensar en su plan, se percató que ya no estaban por la ciudad, estaban por la carretera; perfecto pensó, aquí sí nadie nos verá o escuchará—cuando de repente ella gritó una grosería y paró el auto, el hombre alarmado, preguntó si algo malo había pasado, ella solo dijo, “Nos hemos quedado sin gasolina”, fantástico, pensó. 

Lentamente ella abrió la puerta de su carro y dijo que sacaría su móvil que se encontraba en su cartera, que había sido colocada en el maletero, él solo le sonrió y ella le devolvió la sonrisa, pero esta vez no era la sonrisa que tan loco lo tenía, no, esta era una sonrisa que hizo que los vellos de su espalda se erizaran. La chica se dirigió al maletero y el hombre se dijo a sí mismo que ya era el momento, era el momento perfecto para disfrutar de ella. La puerta trasera del lado del copiloto se abrió y ella en una voz frívola preguntó—”¿Qué tenías planeado para mí?”, él volteó y ella lo agarró del cabello, colocando lentamente un afilado cuchillo a lo largo su cuello, “¿Me ibas a violar y dejar por muerta en algún basurero? o ¿Cuál era tu plan?”, el hombre comenzó a sollozar, “No, no. Yo no tengo nada planeado, solo quería un aventón a casa. Mi mujer me espera.”; ella rió alto, una risa que haría reír a cualquiera, pero de un momento a otro empezó a gritar, con toda la fuerza de sus pulmones—”¿Escuchas algo?” le cuestionó, él con todo el pánico solo puedo mover la cabeza en gesto de no, “Mmm, entonces vamos a divertirnos, ya que nadie te escuchará gritar”; su piel se tornó blanca, el cuerpo le temblaba, no podía hablar ni moverse y sabía que si no la escuchaba, era hombre muerto.

Volviendo a su tono dulce, ella le pidió amablemente que saliese del auto, se quitase toda la ropa, y que si pretendía correr, tenía una pistola y que en su vida había fallado un tiro—el hombre salió del auto cabizbajo, hizo lo ordenado; se retiró la ropa y luego la chica le pidió que se sentase en el suelo, el hombre obedeció sin chistar. Ella, a paso sosegado, se acercó al tembloroso y chillón desperdicio de ser humano. “¿Te gusta violar chicas y abandonarlas en medio de la nada, no?”, le preguntó, al mismo tiempo le inyectó un tranquilizante en brazo, no tan fuerte para noquearlo, pero para que se sintiera desorientado y no pueda moverse, al no escuchar respuesta y solo lloriqueo, se lo repitió gritando—él, jadeando, solo pudo asentar la cabeza y en un pequeño susurro dijo “sí”,  que apenas se logró escuchar. La chica le sonrió y le acarició la cara, y de repente, un alarido; el primer corte de la noche en la mejilla derecha del hombre, “Vamos a hacerte gritar, al igual que a todas esas mujeres y adolescentes que te rogaron que pares.”—sacó de la parte trasera de sus jeans, una Colt M1911, y sin pestañear le disparó en una rodilla; entre los gritos de dolor del hombre y la risa de ella, solo pudo decir las palabras “Por si pensabas correr, si el efecto del tranquilizante llegase a agotarse”, cesó de reír y con una mirada vacía, seriamente le dijo “Hay que ser precavidos en la vida.”, mientras él seguía gimiendo de dolor. 

Dirigiéndose al maletero del auto, retiró de él; un hacha, un machete y unas pinzas para ajustar tuercas, más el cuchillo con el que había amenazó al individuo—el hombre solo podía seguir llorando, era un plan simple, se dijo a sí mismo, un par de horas con ella, disfrutarla hasta más no poder y listo; pero se dió cuenta que su target no era una mujer común, con todo el cuerpo inmóvil, echado en el suelo boca arriba, vio como la chica levantaba el hacha, caminó hacía él, escuchando súplicas por su vida, ella nuevamente le sonrió y de un solo movimiento, le amputó el pie izquierdo; “¿Sabes lo gracioso de esta situación?”, ella continuó, sin importarse del hombre agonizando y retorciendo de dolor, ignorando insultos “Hija de puta”, “Mal parida”, “Te voy a matar” y demás, “¿Qué, tú pensaste que todo lo tenías meticulosamente planeado, y que yo sería tu próxima inocente víctima?, pues mira como cambian los roles.”, yendo a coger el machete, le agarró de la mano derecha y con un fuerte machetazo le voló cuarto de sus dedos, “No te preocupes, que del pulgar no me he olvidado”—otro machetazo, y luego hizo exactamente lo mismo con la mano izquierda, “Mmm, souvenirs”, murmuró. 

El hombre ya no tenía energías para llorar o gritar o pensar, solo quería que todo acabe; se escuchó un leve, casi inescuchable “basta, basta”, para no escucharlo hablar más, regresó al maletero y sacó unas tijeras de cortar pasto; el hombre al ver esto le suplicó en vano, “Por favor, basta. He aprendido mi lección.”, ella rió nuevamente de una manera malévola y le dijo—”¿Lección?, ¿Qué lección? Esto lo hago por complacencia, tontito.”, abriéndole la boca, estirando su lengua y con las tijeras de con un solo corte, se la seccionó; sonidos saliendo de la garganta del hombre que parecían gritos, sin poder moverse del dolor y del tranquilizante, y ella solo estaba resplandeciente. 

Lo viró hacia un lado, para que no se ahogase con su propia sangre, le acaricio la cara nuevamente y fue por las pinzas de turcas, con los ojos desorbitados, él ya sabía lo que se aproximaba; con la pinza arrancó un par de muelas, “El juego recién ha comenzado, ¿Creías que con un par de cortadas estaría satisfecha? Esto va a ser lento y largo, tenemos toda la noche.” Fue arrancado cada muela, cada diente y cuando terminó, de un empujón lo colocó boca abajo. El sujeto solo podía gemir, gritar era inoperante, una vez boca abajo, la mujer cogió el cuchillo con el cual lo había amenazado, y con una gran destreza fue cortando su espalda, no tan profundo, pero suficiente para que sintiese ganas de morir—luego se dirigió a sus piernas, y les dió el mismo trato, dejando intacta su cola. 

Ese fue el momento que el hombre entendió por qué el auto de la chica era tan limpio, por qué nunca preguntó por direcciones, por qué nunca cuestionó que un hombre estuviese esperando afuera de un restaurante casi a la media noche; ella lo estaba fichando a él, ella lo estaba cazando, y no estaba ni enterado. Casi desangrándose, sintió más cortadas en su espalda, brazos y piernas, y cuando ya su vida se resbalaba entre sus, inexistentes, dedos, la escuchó hablar; apenas podía hacerlo, pero puedo distinguir cuando dijo, “Sin lubricante será mucho mejor.”, con carcajada—con la poca energía que tenía logró girar la cabeza para verla, tenía la sonrisa más perversa que el hombre jamás haya visto. Luego lo sintió, un pavoroso dolor que desgarraba su piel trasera haciendo sangrar, un espeluznante gemido y se desvaneció. 

El psicópata conoció al verdadero psicópata.