Lo tenía todo calculado. Sabía su horario de trabajo, conocía sus costumbres. Sabía que salía muy tarde por la noche, cuando las calles se sumían en un silencio espectral. Aquella noche, a las once y treinta y tres, el mundo parecía haberse detenido. No había testigos, ni luces encendidas, ni pasos en la distancia. Era la noche perfecta.
Leer másEl dulce sonido de tu voz,
cuando me hablas,
eriza mi piel de pies a cabeza.